viernes, 24 de febrero de 2012

Él se llamaba Elvira y .....

Él se llamaba Elvira y ella María, vivían en una pequeña calle del centro de Zaragoza, casi peatonal y próxima a la rivera del río, una de esas calles puras, limpias y sobre todo tranquilas, llenas de parcelas pequeñas con fachada de ladrillo mudéjar, se llama calle Santiago Rusiñol, y se querían.



Siempre me llamo la atención, el cuidado y el mimo con que se trataban, él era compañero de mi padre, 12 años mayor.  Acababa de jubilarse, y como único sueño tenía no separarse nunca de su mujer. “Siempre le pido a Dios que se me lleve antes a mi que a ti”, decía en un suspiro Elvira, y María contestaba, ¡nos llevara juntos!, ¡yo no sabría que hacer sin ti!, ¡me moriría de pena!. – comentaban en un dialogo continuo-.



Arreglaba bicicletas, en un pequeño banco de trabajo, lleno de herramientas muy limpias y ordenadas, que tenía en el bajo de su parcela de dos pisos.



Sobre las ocho de la tarde, a partir de abril, cuando anochecía, antes anochecía antes que ahora…., abría las puertas de madera oscura y se sentaban en dos sillas bajas de anea,  a tomar la fresca, decían ellos, mientras los zagales de la calle corrían, en triciclos de madera,  patinetas de cojinetes trucadas y bicis oxidadazas y ennegrecidas con más parches en la cámara que granos en la cara de un quinceañero………..



Que curioso, las sillas eran iguales, yo nunca sabría distinguirlas, pero cuando se confundían,  rápidamente, al sentarse, protestaban, “ya me he equivocado otra vez”, nunca se echaban la culpa,  cuando los oía decir esto, me sentía en un jardín de paz, no solo se quieren, pensaba, son de cuento.



Un día, mi padre vino a casa con la noticia de que Elvira y María se iban a la residencia de ancianos, de un pueblo cerca de Zaragoza, a 60  kilómetros de distancias, a los pies del Moncayo, decía, que tenían una habitación para ellos solos, con baño y terraza, que la comida era muy buena y abundante, servida en comedor por señoritas de bata y mandil, y además, de vez en cuando podían pasar temporadas en su casa de Santiago Rusiñol, ¡nosotros iremos a verlos algunos sábados o domingos!, -dijo mi madre-.



A menudo, mientras podían se montaban en una moto guzzi con sidecar y después de merendar en la residencia, salían a dar una vuelta por los alrededores, tanto si hacia frió, como calor. Le decía a mi padre que era la forma de escaparse juntos, y casi todas las tardes,  se saltaban la norma de la residencia y  sé escapaban, se escapaban juntos.



Nunca nadie tuvo que corregirle el nudo de la corbata a él y subirle las medias a ella, ni afeitarlo, ni maquillarla, eran propiedad uno de otro, era su destino-decían-



Otro día, mi padre contó como Elvira había cogido un fuerte catarro, casi pulmonía, por llevar a María, en la noche, a ver las estrellas, y contó como los encontraron al amanecer abrazados el uno al otro, muertos de frió. A Maria le habían diagnosticado algo malo, y no quería morir, no quería morir  sin ver las estrellas una noche oscura de locura brillante, al lado de Elvira, una noche de  – ¡solo las estrellas y nosotros! -.



María ya no podía levantarse de la cama, y durante casi tres semanas Elvira no se movió de la habitación donde estaban, le pidió a mi padre que le llevara un tocadiscos y cuatro discos LPs de los de antes de vinilo, Vivando, Granados, Falla, Rodrigo eran los elegidos. Y él que no tocada la guitarra, hacia como si el sonido del tocadiscos saliera de sus manos, así se pasaban horas, una casi ciega y escuchando y Elvira sentado en una silla a su cabecera imitando el sonido…….



Nunca, nunca me perdonaré, no saber el secreto de mi mujer, ¡le gustaba la música!, ¡le gusta la guitarra! - le dijo Elvira a mi padre-



Cuando falleció, solamente estuvieron en el entierro Elvira y mis padres, no tenían hijos, ni primos, ni sobrinos, ni tíos, eran ellos dos, ellos dos solos. Elvira se sentó en el bordillo de la acera de los nichos y después de agradecer los 50 años de felicidad a María, le prohibió a mi madre que derramara una sola lagrima, ¡he sido él marido más feliz que ha podido existir, ¡he procurado que ella, fuera la esposa más feliz del mundo! Y estoy muy orgullo, entonces hizo una señal -contaba mi padre- a unos señores que estaban alejados convenientemente para que se acercasen, eran cuatro, y después de entregarle a Elvira una guitarra tocaron a Vivaldi, Granados, Falla, Rodrigo, mientras Elvira tocaba la guitarra apuradamente….. Como había hecho durante estos meses atrás.



No quería que, ahora que se va a dormir para siempre, no pueda oír la música que le gustaba, se lo debía.- le dijo a mis padres-



Ya no los vi nunca mas, la vida se los comió poco a poco,….él después de fallecer María, dicen que volvió a su calle un tiempo, no se sabe cuanto…..



Supe, que al cabo de un año, la gente de la calle, contaba que algunos días, sobre las ocho de la noche, cuando anochecía, antes anochecía antes que ahora, se oía el ruido de una silla, solo una silla, de anea, y el sonido de unas bisagras de una puerta de madera oscura que se entreabría tímidamente, y sin saber como, aparecían una bomba de aire y algunas piezas de repuesto de bicicleta, mientras una voz conocida, bajo unos acordes simulados, suaves y silenciosos, repetían sosegadamente algunas melodías de Vivaldi, Granados, Falla, Rodrigo



 Al cabo de un tiempo, esa voz se callo, ya no se escucho, siempre he pensado que eso era violencia de amor, y que a pesar de ser un gran sufrimiento a mucha gente le hubiera gustado vivir una historia de amor tan común, en una calle del centro de Zaragoza, casi peatonal y próxima a la rivera del rió,  una de esas calles puras, limpias y sobre todo tranquilas, llenas de parcelas pequeñas con fachada de ladrillo mudéjar, donde vivían dos amantes, de los de siempre,  para toda la vida.



FIN

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